Sexualidad y sendas espirituales.

31.01.2014 12:11
La sexualidad es el ámbito más amplio en el que los humanos dirimen, practicando, el tema de la polaridad. El ser humano experimenta sucarencia y busca aquello que le falta. En la unión corporal con su polo opuesto alcanza un nuevo estado de conciencia al que llama orgasmo. Este estado lo asimila el individuo a la felicidad. Sólo tiene un inconveniente: no puede mantenerse en el tiempo. El ser humano trata de compensar este inconveniente por medio de la reiteración. Por muy breve que sea este momento, indica al individuo que hay estados de conciencia cualitativamente muy superiores al “normal”. Esta sensación de felicidad es también lo que, en definitiva, impide que el ser humano descanse, lo que le hace estar siempre buscando algo. La sexualidad revela ya la mitad del secreto: cuando se unen dos polos formando una unidad se produce una sensación de felicidad. Por lo tanto, la felicidad es “unidad”. Ahora queda la segunda mitad del secreto, la que nos revele cómo se puede prolongar indefinidamente este estado. Muy sencillo: mientras la unión de los opuestos se realice sólo en el plano corporal (sexualidad), el estado de la conciencia (orgasmo) resultante está limitado en el tiempo, ya que el plano del cuerpo está sometido a la ley del tiempo. Sólo se libera uno del tiempo realizando la unión de los opuestos también en la mente: si consigo alcanzar la unidad en este plano, habré encontrado la felicidad eterna, es decir, fuera del tiempo. 
 
Con este reconocimiento empieza el camino esotérico, que en Oriente se llama camino del yoga. Yoga es una palabra sánscrita que significa yugo. El yugo siempre forma unidad de una dualidad: dos bueyes, dos cubos, etc. Yoga es el arte de unir la dualidad. Dado que la sexualidad contiene en sí misma el esquema básico del camino y, al mismo tiempo, lo expone en un plano accesible a todos los seres humanos, la sexualidad ha sido utilizada en todos los tiempos para la representación analógica del camino. Aún hoy el turista contempla con asombro y perplejidad en los templos orientales las – a su modo de ver- pornográficas imágenes. No obstante, aquí la unión sexual de dos divinidades se utiliza para exponer simbólicamente el gran secreto de la conjuctio oppositorum. 
 
Una de las peculiaridades de la teología cristiana es la de haber denostado de tal manera el cuerpo y la sexualidad que nosotros, hijos de una cultura de raíz cristiana, tratamos de construir un antagonismo irreconciliable entre el sexo y la senda espiritual (…desde luego, el simbolismo sexual no siempre ha sido ajeno a los cristianos, como demuestran, por ejemplo, las “doctrinas de la esposa de Cristo”). En muchos grupos que se consideran a sí mismos “esotéricos” se cultiva todavía activamente esta oposición entre carne y espíritu. En estos círculos se confunde básicamente la transmutación con la represión. También aquí bastaría comprender el fundamento esotérico “así arriba como abajo” para darse cuenta de que lo que el ser humano no consigaabajo nunca podrá realizarlo arriba. Es decir, el que tenga problemas sexuales deberá resolverlos en el aspecto corporal, en lugar de buscar la salvación en la huida: la unión de los opuestos es aún mucho más difícil en los planos “superiores”. 
 
Desde este punto de vista, tal vez resulte comprensible por qué Freud relaciona casi todos los problemas humanos con la sexualidad. Esta actitud tiene su justificación y sólo adolece de un pequeño defecto de forma. Freud (y todos los que piensen de este modo) omitió dar el último paso desde el plano de la manifestación concreta hasta el principio que se halla detrás de ella. Porque la sexualidad no es sino una de las formas de expresión posibles del principio de la “polaridad” o “unión de los contrarios”. Planteando el tema de una forma abstracta, incluso los críticos de Freud tendrían que convenir que todos los problemas humanos pueden reducirse a la polaridad y a la tentativa de aunar los contrarios (este paso lo dio finalmente C.G. Jung). (…)

 

El fragmento de texto: 

Thorwald Dethlefsen, Rüdiger Dahlke, "La enfermedad como camino", Barcelona, Ed. De Bolsillo, 6º edición, 2006.