Textos elegidos de libro de Dane Rudhyar: "La practica de la astrología"

10.09.2013 14:45

La astronomía es un sistema para predecir los fenómenos celestes. La astrología, sin embargo, no trata sobre la determinación de los fenómenos celestes, sino sobre su interpretación en términos de carácter y conducta humanas. Cuando a un planeta se le dá un determinado significado en astrología, este significado está condicionado por los aspectos astronómicos en el sistema solar y por lo que representa en relación a la persona humana (o a la situación que afecta al individuo). Cualquier significado planetario presupone la existencia de personas completas como marco de referencia para tal significado. La astrología trata de la totalidad de la naturaleza humana, según se expresa en un individuo.

 

Ningún significado o juicio astrológico se expresa plenamente si no tiene en consideración al ser humano completo. Decir que dos planetas estarán en conjunción, en un determinado momento, es astronomía. Añadir que la vida de un hombre, nacido en un determinado momento y lugar, experimentará una crisis en una fecha que puede averiguarse, es una afirmación astrológica. En esta afirmación el punto de partida es «la vida de un hombre». Cualquier predicción que no tome a esta entidad, «la vida de un hombre», como base o marco de referencia es, como mínimo, incompleta. En la mayoría de los casos es desorientadora, en algunos, realmente destructiva. Sólo tiene valor en relación al individuo completo y a lo que contribuye al desarrollo de esta persona, a un nivel u otro.

 

La astrología no predice «sucesos» sino sólo fases en el desarrollo de una persona. Cada individuo se desarrolla en unas líneas que en primer lugar son «genéricas», esto es, que son el resultado del simple hecho de que es un ser humano, miembro de este género, horno sapiens, en una época concreta de la evolución de la humanidad. Estas líneas de desarrollo determinan el patrón general del área de vida de cada hombre. Asimismo cada hombre posee unas características bio-psicológicas que determinan su estructura genérica. A este respecto la naturaleza humana, las razas y los individuos producen muchas clases de variaciones. Un hombre es en primer lugar humano, luego blanco, luego americano, californiano, de ascendencia anglofrancesa, metodista, demócrata, etc.; finalmente es un individuo nacido a una determinada hora en lugar específico.

 

El hombre tiene el privilegio fundamental de poder moverse en el espacio. La habilidad de desplazarse no existe en el reino vegetal. Se desarrolla a través del reino animal. Se perfecciona en el género humano; primero a través de los músculos, más tarde a través de las máquinas y finalmente mediante el desarrollo más especializado de los poderes mentales y espirituales. Al desplazarse, el hombre se individualiza verdaderamente. Abandona la casa de sus antecesores, su lugar de nacimiento, su país; y a cada paso es más un «ser individual». La base del propio desarrollo está en el poder de reorientarse uno mismo en el espacio, lo que significa literalmente «encontrar un nuevo oriente». La reorientación, en su sentido más profundo, significa percibir al Ser (el Ascendente, el horizonte oriental) desde un nuevo punto de vista en el espacio. El hombre pasa de una casa a otra y, al hacerlo, se ve a sí mismo, y al mundo exterior (Descendente), de distinta forma.

 

El Sol como «potencial» de vida y conciencia personal.

Los rayos del Sol pueden causar la muerte tanto como la vida. Constituyen una posibilidad de vida, pero, a menos que estén íntimamente asociados a otros factores, la vida no puede manifestarse. La luz del Sol conlleva el potencial de la visión y la conciencia, pero, a menos que existan unas estructuras orgánicas especiales para recibir los rayos de luz, no puede haber vista. La actividad solar se extiende por el espacio de forma universal e indiferente. Conmueve todo lo que toca, siempre que haya algún agente capaz de absorberla, asimilarla y hacer uso de ella.

Se puede comparar al Sol con el combustible que hace funcionar un motor; si una persona nace con el Sol en Tauro, esto quiere decir que el «motor» de la personalidad de este hombre (su cuerpo y su mente) funciona con una energía o combustible bio-psicológico de tipo Tauro. Generalmente, un combustible de buena calidad no mejorará el funcionamiento de un motor defectuoso, estropeado por el uso o de mala fabricación; por el contrario, acelerará el

mal funcionamiento o hará explotar el motor. La gasolina con un cien por cien de octanage sólo representa una gran velocidad en potencia, que nunca llegará a ser un hecho real a menos que se construya un motor de gran resistencia.

De igual forma, el emplazamiento del Sol en una carta astrológica no garantiza el tipo de vida que se va a llevar, tan sólo define unas ciertas características, en potencia. Y a nivel psíquicomental o «espiritual», el Sol representa tan sólo la capacidad de desarrollar un tipo particular de conciencia propia en referencia a un propósito específico. La potencia de este propósito, al encaminar a la personalidad a su realización, es lo que llamamos «voluntad». El Sol representa el ser, el propósito y voluntad de una persona, pero sólo en su estado latente, como «potencial» espiritual y energía-substancia virgen. Este potencial se hará una realidad cuando la energía-substancia se transforme en una actividad de tipo oscilatorio, con fases de crecimiento y decrecimiento, o aún en alguna otra clase de actividad más compleja de funcionamiento en grupo. La primera alternativa nos remite a la Luna; la segunda, a los ciclos combinados de todos los planetas del sistema solar.

 

Otra clasificación los divide en dos grupos: en el primero se hallan todos los planetas hasta Saturno, éste incluido, y en el segundo se incluyen los que quedan más allá de éste, los transaturniales. La primera categoría incluye a todos los planetas que, al ser visibles a simple vista, son materia de experiencia común, genérica, biológica y sensorial. Puede denominárselos como «planetas de la vida orgánica» o «planetas de lo consciente». La segunda categoría recoge a los planetas que han sido descubiertos mediante telescopios, cálculos matemáticos o investigaciones fotográficas, es decir, mediante los diversos tipos de productos de la actividad intelectual abstracta y de la ingeniería. Estos planetas remotos (Urano, Neptuno, Plutón, etc.) son los «planetas de la actividad trascendental» y simbolizan las funciones cuyo propósito evolutivo es hacer al hombre mayor de lo que es normalmente como entidad biológica terrestre. Dichas funciones actúan a través de canales en su mayoría inconscientes y de visitas espectaculares y transformadoras. Actúan tanto en forma constructiva como destructiva, rasgando y disolviendo lo conocido para conducir al hombre a lo desconocido.

Este tipo de clasificación es probablemente el más básico porque se funda en el hecho de que cada conjunto es parte de otro mayor. Por esta razón hay dos fuerzas operando dentro de cada conjunto y afectando a sus partes componentes: la fuerza de su centro de gravedad y la atracción hacia un «conjunto mayor», esto es, hacia lo Desconocido, lo Trascendente. Así, el Sol y la Galaxia son los dos polos de la actividad planetaria. Un grupo de planetas está polarizado por el Sol, aquellos a los que llamamos «planetas de la vida orgánica». El otro grupo, los «planetas de la actividad trascendental», más allá de la órbita de Saturno, sirven de unión entre el mundo solar y el reino cósmico de las «Estrellas Fijas». Estos planetas constituyen el «sendero» que va desde el orden de vida natural hasta el estado de emanación creativa que asociamos con las estrellas que irradian luz; y este sendero se convierte en muchos casos en un campo de batalla.

 

Los planetas de la actividad transpersonal.

La grandeza del hombre es que siempre puede llegar a ser aún más grande. Esta necesidad de ser superior, este deseo de ampliar horizontes y de traspasar las fronteras de lo conocido, está siempre latente en cada individuo. Golpea la conciencia o los sentimientos de aquellos hombres que son más atrevidos o más inquietos, más evolucionados o más anormales. Se apodera de ellos la pasión por lo supremo y la rebeldía contraria a tradiciones y limitaciones. Arremete contra los «marcos de referencia» establecidos por Saturno con una insistencia no siempre libre de cólera y furia.

Este deseo de metamorfosis se expresa en astrología mediante los remotos planetas Urano y Neptuno. Junto con Plutón, constituyen aquello que podemos conocer, hoy día, de los aún misteriosos dominios que vinculan al sistema solar (visto desde la Tierra) con el mundo cósmico de la Galaxia, la «Hermandad Universal de las Estrellas». Estos tres lejanos planetas nos hablan de una región intermedia y de un proceso de transición. En términos de conciencia y experiencia individuales, definen la naturaleza del «sendero» que, según los místicos y los ocultistas de todas las edades, el hombre debe recorrer para llegar a ser «más que humano», esto es, una expresión de lo divino en forma humana.

Estos planetas son, aparentemente, parte del sistema solar; pero, más que «pertenecer» al sistema solar, podría decirse que están unidos o adheridos a él. En un sentido muy real, son los embajadores y representantes de la Galaxia. Se encuentran aquí, en los dominios del Sol, para llevar a cabo una tarea muy definida: la tarea de mostrar, a quienquiera que desee elevarse por encima de la marea solar, el camino que va más allá.

Urano despeja el camino que conduce a través de las fronteras de Saturno. Neptuno disuelve cada sentimiento personal que todavía permanezca adherido al que se aventura en el más allá. Plutón produce un nuevo patrón de integración, olvidando incluso los recuerdos del pasado, pulverizando las viejas estructuras y formando, con los restos, una especie de pantalla sobre la que proyectar la nueva Imagen. Urano es el que inspira la sublevación, el rayo que, en un breve momento cegador, revela la perspectiva que oculta nuestro propio deseo de seguridad. Tales momentos pueden transformar todas las implicaciones de la existencia. Neptuno, por el contrario, es el «disolvente universal», que trabaja lentamente, atacando la sustancia de la vida rutinaria y de la conciencia centrada en el propio ego.

Hace que lo particular se disuelva en lo universal y, cuando esto ocurre, son frecuentes las ilusiones y los milagros más extraños y fantásticos.No obstante, estos planetas sólo destruyen para volver a crear. Son los planetas de la metamorfosis. Traen al ámbito de los planetas solares y a los individuos terrestres el hálito de las estrellas. Este hálito está lleno de poderes creativos de carácter superior, que no podrán hechar raíces en el hombre a menos que su naturaleza se libere de las características negativas de Marte, Júpiter y Saturno - lujuria o cólera, avaricia y egoísmo.

Urano y Neptuno han sido designados como «octavas más altas» de Mercurio y Venus. Lo que sí debe decirse es que el hombre tan sólo puede recibir los constructivos regalos de Urano y Neptuno cuando las fuerzas simbolizadas por Mercurio y Venus se hayan desarrollado plenamente durante el reflujo de la marea solar. Estas fuerzas son las únicas que pueden establecer una base firme para el posterior desarrollo de una conciencia «de tipo estelar» bajo la dirección de Urano y Neptuno. Este necesita el sentido de valoración y la capacidad de compartir en el amor que Venus posee, para poder edificar «los principios universales», las estructuras de compromiso y compasión, que son los vehículos de expresión del espíritu universal; y Urano sólo puede traer una clara visión del mundo estelar a aquél que tenga una fuerte y continua capacidad de pensar en términos de ideas y abstracciones (Mercurio). En lo que se refiere a Plutón, parece probable que este planeta recién descubierto sea sólo el primero de un par o una trinidad de planetas muy distantes, con cierta similitud con los cometas y, probablemente, con órbitas que acusan una amplia elongación. Tales planetas tratan del proceso de reconstrucción que sigue a la metamorfosis, a la acción de grupos más que a la de individuos. Plutón representa el «estilo» de un período artístico, más que las características de artistas individuales. Si también simboliza la muerte es porque no tiene consideración alguna hacia los individuos y está dispuesto a destruir cualquier organismo para poder emplear sus sustancias físicas y psíquicas con un nuevo propósito. Plutón es la disciplina impersonal del Partido, de la Iglesia, de la Congregación. Unicamente superando estas pruebas puede el individuo llegar a la suficiente «transubstanciación» y convertirse en el nuevo organismo universal que procede de la extraña matriz de los tubos de ensayo neptunianos.

 

Sería mejor decir que la carta natal (factor espacial) trata del carácter abstracto de ser, mientras que los tránsitos y las progresiones (factores temporales) tratan de la progresiva realización del ser. Estudiar una carta natal es estudiar la «anatomía» de la personalidad, es decir, a un nivel físico, el lugar que los huesos, los músculos y los órganos ocupan en la relación de unos con otros y dentro de los límites del conjunto orgánico, el cuerpo. Por su parte, las progresiones expresan lo relativo a la «fisiología» y «patología» de la personalidad, es decir, al funcionamiento de los órganos, a las series de modificaciones producidas por el proceso vital y de crecimiento personal sobre las funciones del organismo completo de la personalidad.

La anatomía de una persona determina las potencialidades físicas (e incluso psicológicas) de la vida y el carácter de dicha persona. Pero lo que se determina es sólo una suma total de «potencialidades», no factores o sucesos concretos. Un cuerpo débil o defectuoso puede llegar a ser el fundamento estructural de un individuo brillante y próspero o la maldición de una personalidad deplorable. Los complejos psicológicos pueden conducir a la meta de la propia realización o la estéril neurosis.

Cuando el astrólogo interpreta la carta natal de su cliente y le transmite los resultados, lo que hace - o puede hacer - es cambiar en cierto aspecto la orientación del cliente hacia las posibilidades y fundamentos básicos de su vida. Tal cambio de orientación puede tener unos efectos de gran alcance. En algunos casos puede ser tan efectivo como si se pusiera ala persona en repentino contacto con una nueva visión religiosa o social, que, al ser aceptada ávidamente, transforma la calidad de su relación con los otros hombres y con Dios. Cuando el individuo aprende a ver las partes componentes de su propia personalidad bajo una nueva luz, cuando hace un nuevo planteamiento de sus obvias y dolorosas debilidades, de sus turbadores conflictos y sus poco claras esperanzas, considerándolas en su relación recíproca, su actitud hacia los fallos, los aciertos, los talentos y las aspiraciones, que considera suyos, está obligada a cambiar. Este cambio de actitud u orientación será un paso adelante hacia una integración más efectiva o hacia una mayor integración.

 

Toda crisis es un desafio. Cada aspecto progresado y cada tránsito es una oportunidad para una mayor transformación, expansión o purificación. Es una puerta que se abre sobre el inmenso océano de la vida y del inconsciente, colectivo y universal. La principal tarea de la astrología consiste en ayudarnos a recibir lo que llega hasta nosotros a través del umbral; y no en especular sobre la remota apertura de unas puertas que ni siquiera podemos distinguir desde aquí. Cada paso hacia delante, cada crisis de crecimiento, es una pérdida del equilibrio contrarrestada inmediatamente por un esfuerzo por restablecerlo. Si intentamos dar dos pasos a la vez, nos caemos.

El hombre sabio lo sabe. No se preocupa de los problemas que aún no se han manifestado. Pero, desde su comprensión de la actividad cíclica de la naturaleza, puede tener una amplia e impersonal perspectiva de las cosas. Estudiando la naturaleza y sus ciclos, se prepara para afrontar todo aquello que le aguarde a él o a cualquier otra persona con la que esté relacionado. Aprende las leyes del cambio, rehusa apegarse a las formas y no teme el desafío de lo nuevo. También evita la preocupación por lo que aún no ha acontecido. Es sabio, porque está tan libre del futuro como lo está del pasado. Tal sabiduría es tan difícil como extraordinaria. Pero sin ella, la predicción astrológica no sirve a propósito psicológico alguno.

 

Algunos de los desafíos representados por los tránsitos tienen un objetivo de largo alcance. Los cambios que pueden producir en nuestra personalidad se manifiestan con gran lentitud. Los resultados finales nos sobrepasan, están más allá de nuestra posibilidad de experimentarlos totalmente en este corto lapso de vida. Pero podemos contemplar su desarrollo - ya se encaminen a la desintegración de nuestro cuerpo, o a la inmortalización de nuestra personalidad- incluso aunque no podamos o no nos atrevamos a ver el final de estos procesos. Me estoy refiriendo aquí a los procesos expresados por los ciclos siderales de Urano, Neptuno y Plutón.

Urano recorre su camino alrededor del Sol en 84 años. Neptuno lo hace en casi el doble de tiempo (unos 165 años, aproximadamente); Plutón es un poco menos de tres veces ese mismo tiempo (248 años). La relación entre estos ciclos (3-2-1) es realmente singular y debe indicar algún factor de suprema importancia.

La tradición mitológica nos cuenta que el Dios creador dio «tres pasos» en el comienzo de los mundos; pero se refieren al proceso de conversión de los principios universales en particulares.

En términos de evolución individual, los tres planetas transaturnales simbolizan las tres fases de un proceso de universalización que - si llega a completarse - libera a la conciencia de las limitaciones impuestas por la saturniana rigidez del ego.

He mencionado anteriormente que el movimiento continuo de los planetas después del nacimiento representa a la «naturaleza» en sus incesantes cambios, en contraposición a la «conciencia individual de ser» expresada en la carta natal. Pero, según todas las enseñanzas religiosas y ocultas, el hombre es ese ser en cuyo interior se establece un contacto entre dos naturalezas distintas que deberán ser integradas, teniendo como centro de dicha integración al ego saturniano. Podemos llamar a estas dos naturalezas «celestial» y «terrestre» respectivamente, o asignarles cualquier otro nombre, pero en esencia tratan de los dos polos de la conciencia, el universal y el particular. Los movimientos cíclicos de los planetas transaturnales simbolizan la presión de la «naturaleza universal» sobre nuestro limitado ego. Mientras que los restantes planetas (desde Saturno al Sol) simbolizan la presión ejercida por nuestra naturaleza humana orgánica y terrestre. Los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón nos incitan a ser más que un hombre; los otros tránsitos a ser un hombre mejor.

La diferencia es muy significativa. El ciclo de Urano es el que se relaciona con el proceso anterior (el ser «más que un hombre»), porque puede abarcar una vida humana normal. Este ciclo se divide en períodos de 12 y 7 años; los doce períodos de 7 años tratan del desarrollo de los rasgos del carácter. Los siete períodos de doce años, señalan los cambios en nuestras perspectivas sociales y económicas (el ciclo de 12 años es en esencia un ciclo Jupiteriano). Estos períodos se relacionan con los aspectos que hace Urano sobre su propia posición en la carta natal. El tránsito de oposición se produce a los 42 años, señalando la crisis de los cuarenta cuando tiene lugar un «cambio de vida» psicológico, e incluso biológico, en hombres y mujeres. Las cuadraturas por tránsito ocurren sobre los 21 años (la «edad adulta»), sobre los 63 (la «edad de la filosofía», cuando se recolectan todas las energías biológicas para dar lugar a una «semilla» espiritual - o su cristalización en el estado senil).

Estos períodos vitales son prueba de la metamorfosis, del impulso para llegar a ser como individuo más de lo que el hombre es actualmente dentro de la colectividad, es decir, trascender la norma de la humanidad actual (incluso el promedio de inteligencia y educación). Estos impulsos o desafíos actúan en general, liberando unos estímulos mentales o psíquicos que nos hacen estar insatisfechos con lo que somos y nos mueven a ir más lejos o, como escribió Nietzsche, «a saltar más allá de nuestra sombra». El salto puede conllevar que nos rompamos el cuello, pero nos conduce a nuevos planos de conciencia.

 

La vida del hombre medio está condicionada por impulsos o sentimientos biológicos, por respuestas egocéntricas a las diversas experiencias, por patrones de conducta tradicional y reacciones fijadas por la sociedad y por un anhelo confuso e inconstante de llegar a un estado superior de ser. Puede que el individuo piense en muchas cosas; incluso puede tener un brillante intelecto, rápido en la asociación de datos yen barajar las informaciones archivadas en su cerebro; y sin embargo, puede que no viva, según la conciencia de la verdadera inteligencia. Probablemente él sabe lo que quiere y su intelecto puede sopesar los pros y los contras de cada situación. Puede que demuestre la clase de inteligencia social que se refleja en los tests psicológicos, la facultad de poder adaptarse a las situaciones sociales y a las demandas de la vida colectiva. Pero nada de esto se relaciona con lo que yo llamo «vida consciente». Tan sólo hace referencia a la conducta biológica, egocéntrica o social.

«Vidá consciente» significa vivir como un individuo, diferenciado de la masa, consciente de su propósito y determinado a adaptar constantemente su vida (conducta, sentimientos y pensamiento) conforme a las exigencias de tal propósito. Si la persona se ve a sí misma como una entidad separada del mundo y si su propósito es egocéntrico y no se relaciona con nada superior sino que está totalmente enfocado en sí mismo, estamos ante una vida negativa, destructiva, sin propósito alguno y ,por lo tanto, inconsciente. La genuina consciencia implica una relación entre el individuo y el universo, sentida y reconocida profundamente. Un individuo desconectado del universo es tan sólo una ficción. Nadie vive en el vacío. Está relacionado con un grupo, con una sociedad, con la humanidad, con el universo. Si no reconoce plenamente esta conexión no se le puede considerar como «consciente», por muy brillantes que sean su intelecto, su sutileza social o sus éxitos. No vive de acuerdo con la verdadera inteligencia, ni con el espíritu.